Fragmento
Una noche de octubre de 2017 me encuentro en Bogotá con un exseminarista, Morgain, que había tenido un trato prolongado con López Trujillo y había trabajado con él en Medellín. El hombre es de fiar y su testimonio irrefutable. Sigue trabajando para el episcopado colombiano, lo cual dificulta que haga declaraciones públicas (se ha cambiado su nombre). Pero cuando le aseguro que lo citaré con seudónimo empieza a contarme primero los rumores, cuchicheando, y luego los escándalos en voz alta. También él se ha guardado durante tanto tiempo estas informaciones secretas que ahora se explaya, con un sinfín de detalles, a lo largo de una cena interminable en la que también está presente mi investigador colombiano Emmanuel Neisa.
—Por entonces yo trabajaba con el arzobispo López Trujillo en Medellín. Él vivía en la opulencia y se desplazaba como un príncipe, o más bien como una verdadera «señora». Cuando llegaba en uno de sus automóviles de lujo para hacer una visita episcopal nos mandaba que le pusiéramos una alfombra roja. Luego, para bajar del coche, sacaba la pierna, de la que al principio solo se veía el tobillo, luego apoyaba el pie en la alfombra, ¡como si fuera la reina de Inglaterra! Todos teníamos que besar sus anillos y debía estar envuelto en incienso. A nosotros ese lujo, ese show, el incienso, la alfombra nos resultaban muy chocantes.
Ese tren de vida trasnochado iba a la par con una auténtica caza al cura progresista. Según Morgain, cuyo testimonio confirman otros curas, Alfonso López Trujillo, durante sus tournées de diva, localizaba a los curas simpatizantes de la teología de la liberación. Extrañamente, algunos de ellos desaparecían o eran asesinados por los paramilitares justo después de la visita del arzobispo. Es cierto que en los años 80 Medellín se convirtió en la capital mundial del crimen. Los narcotraficantes, sobre todo el famoso cartel de Medellín dirigido por Pablo Escobar —se calcula que controlaba el 80 % de la cocaína que iba a Estados Unidos—, sembraron el terror. Ante la explosión de violencia causada por la guerra contra los narcos, la amenaza creciente de las guerrillas y los enfrentamientos entre carteles rivales, el gobierno colombiano dictó el Estatuto de Seguridad (estado de excepción). Pero su impotencia resultó evidente, pues solo en el año 1991 se cometieron más de 6.000 homicidios en Medellín.
Frente a esta espiral infernal se crearon en la ciudad grupos paramilitares para organizar la defensa de las poblaciones sin que estuviera siempre claro si esas milicias, a veces públicas, a menudo privadas, trabajaban para el gobierno, para los carteles o para sí mismas. Los famosos paramilitares sembraron, a su vez, el terror en la ciudad, y luego, para financiarse, también ellos se lanzaron al tráfico de droga. Por su parte, Pablo Escobar reforzó su Departamento de Orden Ciudadano (DOC), que era su propia milicia paramilitar. Al final, la frontera entre los narcotraficantes, las guerrillas, los militares y los paramilitares se borró por completo y Medellín, como el resto de Colombia, se sumió en una verdadera guerra civil.
La trayectoria de López Trujillo hay que situarla en este contexto. Según los periodistas que han investigado sobre el arzobispo de Medellín (especialmente Hernando Salazar Palacio en su libro La guerra secreta del cardenal López Trujillo y Gustavo Salazar Pineda en El confidente de la mafia se confiesa) y las indagaciones que hizo para mí Emmanuel Neisa en Colombia, el prelado estuvo vinculado a ciertos grupos paramilitares próximos a los narcotraficantes. Se cree que estos grupos —puede que directamente Pablo Escobar, quien se declaraba católico practicante— le pagaron generosamente y él los mantuvo informados de las actividades izquierdistas en las parroquias de Medellín. El abogado Gustavo Salazar Pineda afirma en su libro que Pablo Escobar mandaba maletas llenas de billetes a López Trujillo, aunque este negaba conocer a Escobar. (Sabemos por una investigación detallada de Jon Lee Anderson en el New Yorker que Pablo Escobar tenía la costumbre de retribuir a los sacerdotes que lo apoyaban con maletas llenas de dinero. Los paramilitares, en esa época, perseguían a los curas progresistas con una saña tanto más violenta cuanto que consideraban, no sin razón a veces, que esos curas de la teología de la liberación eran aliados de las tres principales guerrillas colombianas (las Farc, el Eln y el M-19).
—López Trujillo se desplazaba con miembros de los grupos paramilitares —afirma también Álvaro León (quien, como maestro de ceremonias del arzobispo, participó en muchos de estos viajes)—. Les señalaba a los curas que hacían una labor social en los barrios pobres. Los paramilitares tomaban nota y a veces volvían para asesinarlos; a menudo estos curas tenían que huir de la zona o del país. (Este relato, por inverosímil que parezca, es corroborado por testimonios recogidos por los periodistas Hernando Salazar Palacio y Gustavo Salazar Pineda en sus libros respectivos.)
Entre los lugares donde el prevaricador López Trujillo habría denunciado a los curas de izquierda estaba la parroquia Santo Domingo Savio, en Santo Domingo, uno de los barrios más peligrosos de Medellín. Cuando visito esta iglesia con Álvaro León y Emmanuel Neisa nos dan informaciones precisas sobre esos ataques. Varios misioneros que trabajaban allí en contacto con los pobres fueron asesinados y un cura de la misma corriente teológica, Carlos Calderón, ante la persecución de López Trujillo y los paramilitares, tuvo que huir del país y refugiarse en África.
—Aquí en Santo Domingo me ocupé de los desplazamientos de López Trujillo. Solía llegar con una escolta de tres o cuatro coches, rodeado de guardaespaldas y paramilitares. ¡Su séquito era impresionante! Todos estaban muy bien vestidos. Las campanas de la iglesia tenían que tocar cuando bajaba de su automóvil de lujo y por supuesto tenía que haber una alfombra roja. La gente se acercaba a besarle la mano. También tenía que haber música, un coro, pero a los niños les cortaban el pelo antes para que fueran perfectos, y no podía haber negros. Era durante estas visitas cuando se descubría quiénes eran los curas progresistas para denunciarlos a los paramilitares —me confirma Álvaro León en la escalinata de la iglesia parroquial de Santo Domingo Savio.
Unas acusaciones que niega tajantemente monseñor Angelo Acerbi, nuncio en Bogotá entre 1979 y 1990, cuando le hablo de ellas en Santa Marta, dentro del Vaticano, donde se ha jubilado: —López Trujillo era un gran cardenal. Puedo asegurarle que en Medellín no tuvo la menor connivencia ni con los paramilitares ni con las guerrillas. Sepa usted que estuvo muy amenazado por las guerrillas. Y que también le detuvieron y estuvo en la cárcel. Era muy valiente.
Hoy se cree que López Trujillo fue directa o indirectamente responsable de la muerte de obispos y decenas de sacerdotes, eliminados por sus convicciones progresistas.
—Es importante que se conozca la historia de esas víctimas, porque la legitimidad del proceso de paz pasa hoy por este reconocimiento —me explica José Antequera, portavoz de la asociación de víctimas Hijos e Hijas, cuyo padre fue asesinado, durante varias entrevistas en Bogotá.
También hay que tener en cuenta la increíble riqueza que acumuló el arzobispo durante este período. Según varios testimonios, abusaba de su cargo para requisar todos los objetos de valor que encontraba en las iglesias que visitaba —las joyas, los copones de plata, los cuadros— y quedárselos.
—Confiscaba todos los objetos de valor de las parroquias y los revendía o se los regalaba a cardenales u obispos de la curia romana para congraciarse con ellos. Después un cura hizo un inventario minucioso de estos robos —me cuenta Álvaro León. En los últimos años se han publicado en Colombia testimonios de arrepentidos de los narcos, o de sus abogados, que confirman los vínculos entre el cardenal y los carteles de la droga relacionados con los paramilitares. Estos rumores venían de lejos, pero, según la investigación de varios grandes periodistas colombianos, algunos traficantes de droga pagaron al cardenal, lo que podría explicar, además de su fortuna personal, su tren de vida y su colección de coches de lujo.
—Y luego, un buen día, López Trujillo desapareció —cuenta Morgain—. Se esfumó, literalmente. Se marchó y no volvió a poner los pies en Colombia.
***
Pero al diablo le hicieron fiesta. Tras su fallecimiento inesperado en abril de 2008 como resultado de una “infección pulmonar” (según el comunicado oficial), el Vaticano se deshizo en elogios. El papa Benedicto XVI y el cardenal Sodano, todavía en activo, celebraron una misa mayor para honrar la memoria de esa caricatura de cardenal. Pero a su muerte empezaron a circular varios rumores. El primero es que había muerto de sida; el segundo, que le enterraron en Roma porque no podían hacerlo en Colombia.
—Cuando murió López Trujillo se optó por enterrarlo aquí en Roma porque no se le podía enterrar en Colombia —me confirma el cardenal Lorenzo Baldisseri. ¡Ni siquiera muerto podía volver a su país!
¿El motivo? Según los testimonios que recogí en Medellín, habían puesto precio a su cabeza debido a su vinculación con los paramilitares. Esto explicaría que hubiera que esperar a 2017, es decir, unos diez años después de su muerte, para que el papa Francisco ordenara la repatriación del cadáver a Colombia. ¿Prefería el santo padre (como sugiere un sacerdote que participó en la repatriación expeditiva) que, si estallaba algún escándalo sobre su doble vida, los restos de López Trujillo no estuvieran en Roma? Sea como fuere, vi la tumba del cardenal en la gran capilla del ala oeste del transepto de la inmensa catedral medellinense. En esta cripta, bajo una losa de blancura inmaculada rodeada de velas siempre encendidas, reposa el cardenal. Detrás de la cruz, el demonio.
—Por lo general la capilla funeraria está cerrada con una verja. El arzobispo tiene mucho miedo del vandalismo y teme que la familia de alguna de las víctimas de López Trujillo o un prostituto rencoroso profanen la tumba —me explica Álvaro León.
* Cortesía Penguin Random House Grupo Editorial.
Así lo califican, para mal y para bien, las fuentes de Frédéric Martel
“—López Trujillo era un hombre de bandas y de dinero. Era violento, colérico, duro. Fue uno de los que «hizo» a Benedicto XVI; se empleó a fondo para lograr su elección, con una campaña muy bien organizada y muy bien costeada —confirma el vaticanista Robert Carl Mickens”.
“El cardenal Lorenzo Baldisseri, que fue nuncio durante muchos años en Latinoamérica antes de convertirse en uno de los hombres de confianza del papa Francisco, compartió conmigo sus informaciones durante dos conversaciones en Roma: —Conocí a López Trujillo cuando él era vicario general en Colombia. Era una persona muy controvertida. Tenía doble personalidad”.
“El teólogo Juan Carlos Scannone, uno de los mejores amigos del papa Francisco con quien hablé en Argentina, no se sorprendió cuando le hablé de la doble vida de López Trujillo: —Era un intrigante. El cardenal Bergoglio nunca le apreció demasiado. Incluso creo que nunca tuvo contacto con él”.
“El profesor venezolano Rafael Luciani me indica que ‘los órganos eclesiásticos latinoamericanos y algunos responsables del CELAM’ conocen la homosexualidad enfermiza de Alfonso López Trujillo. Al parecer, varios sacerdotes están preparando un libro sobre la doble vida y la violencia sexual del cardenal López Trujillo”.
“Le pregunté sin rodeos a Federico Lombardi, que fue portavoz de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sobre el cardenal de Medellín. Pillado por sorpresa, su respuesta fue instantánea, casi un reflejo: levantó los brazos al cielo en señal de consternación y espanto”.
“Angelo Acerbi, nuncio en Bogotá entre 1979 y 1990, cuando le hablo de ellas (las cusaciones) en Santa Marta, dentro el Vaticano, donde se ha jubilado: —López Trujillo era un gran cardenal. Puedo asegurarle que en Medellín no tuvo la menor connivencia ni con los paramilitares ni con las guerrillas. Sepa usted que estuvo muy amenazado por las guerrillas. Y que también le detuvieron y estuvo en la cárcel. Era muy valiente”.