Para quienes quedamos encerrados en soledad, a estas alturas el contacto físico se empieza a volver una necesidad de primer orden. Mientras repetimos públicamente y con total convicción que hay que respetar la norma, que el aislamiento es importante, que nos tenemos que cuidar entre todos, que el buen manejo de esta crisis depende también de cada individuo, tenemos conversaciones culposas y en voz baja sobre las estrategias y los mecanismos a los que podríamos recurrir para vulnerar esa norma dentro de los términos que consideramos razonables.
En varios casos, la postura radical que sostenía que debíamos aguantar el encierro y obedecer se ha ablandado. Yo cada vez juzgo con menos dureza a quienes rompen la cuarentena para verse con alguien. Tal vez es la soledad. No quiero ser policía y también estoy harta. Quizás lo digo por el simple hartazgo, quizás por prepotencia o estupidez, pero no creo que sea lo mismo hacer una fiesta con muchísimos invitados que hablar y negociar sobre ver a una sola persona. Nadie lo cree, de pronto eso también es un problema.
El término “nueva normalidad”, tan popular por estos días, nos habilita al menos a preguntarnos sobre cómo gestionaremos nuestra sexualidad en adelante. Hace más de un mes, cuando estábamos inclinados a pensar que la pandemia sería un corto paréntesis en nuestra vida, nos conformábamos con la idea de suprimir el sexo con otros temporalmente; sin embargo, ahora tenemos que reconocer que no es una estrategia para el largo plazo y que es necesario considerar otras alternativas. Como dice la periodista holandesa especializada en género Linda Duits, “la proximidad y el contacto físico no son un lujo, son necesidades básicas”.